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El mar de cortes ideal para el Kayak

(2 enero 2011).-

Tal vez uno de los años que más hemos esperado los mexicanos es el 2011 y en especial los regiomontanos, y es que lo dramático del 2010 nos hacía anhelar dar vuelta a la página y con esperanza ver hacia el nuevo año.

En desafíos anteriores hemos narrado aventuras en tierra, agua, nieve y desafiando la gravedad por los aires, además de algunas cavernas en el subsuelo. Hoy volvemos al kayak con una grata expedición que realizamos en el Mar de Cortés, en playas sonorenses, específicamente desde la Bahía Algodones, al oeste de San Carlos, hasta el Picacho San Rafael y Cabo Haro en la ciudad de Guaymas.
Aida y Armando remando en la bahía de algodones
Cuando se habla del Mar de Cortés, que por sus maravillas lo han llegado a bautizar como El Acuario del Mundo, como que subconscientemente uno se ubica en las costas bajacalifornianas de este paraíso.

En lo personal, tal vez guiado por los medios de comunicación en general, decidí primero recorrer la península en un scouting de 3 mil 200 kilómetros, quedando gratamente impresionado con los contrastes de desierto y mar que "la baja" nos ofrece.

La duda que surgió fue si las costas continentales de este Mar de Cortés serían de igual belleza y colores intensos y contrastantes.

La oportunidad de satisfacer mi curiosidad llegó en el otoño del 2010, cuando con un grupo de amigos fuimos invitados a pasar unos días en el pequeño puerto de San Carlos, en tierras sonorenses.
Ya en la costa no tardé mucho en reconocer el azul profundo del mar y los tonos aturquesados de las playas de poca profundidad, así como la variedad de rojos de los desiertos y acantilados.

Uno de esos días lo dedicamos a una travesía en kayak por las bahías, caletas y ensenadas de la zona, combinadas con los acantilados y montañas, entre las que destaca el cerro Tetakawi, el símbolo de San Carlos y cuyo nombre en lengua yaqui significa tetas de cabra.
Costeando el mar de Cortes en Kayak con el cerro de Tatekawi al fondo
Desde su cumbre se tiene una inmejorable vista de 360 grados de la zona.

Para los sonorenses, una de las mejores épocas del año para visitar San Carlos es septiembre y octubre, ya pasado el ardiente verano del desierto y con buen sol durante el día, además de amaneceres y atardeceres bastante frescos.

Fue así como con una temperatura ideal de unos 22 grados centígrados zarpamos a las 7:30 de la mañana de la bahía Los Algodones, localizada en línea recta a 3 kilómetros de San Carlos en dirección oeste y llamada así por las grandes dunas y pequeñas lomas de arena que desde lo lejos semejan algodones.

El grupo se conformó con Armando Robles y su esposa, Aída, mi esposa, Rebeca, y yo, en kayaks dobles.

El propósito de la expedición era llegar a una pequeña ensenada llamada El Garrafón, de aguas poco profundas y transparentes, ideal para el snorkel, que se ubica a espaldas de la bahía principal de San Carlos y como a 8 kilómetros de nuestro punto de partida.

De ahí debíamos continuar hacia Punta las Cuevas, ya en San Carlos, para observar estos puentes naturales de roca en el mar; posteriormente regresar a El Garrafón y reunirnos con más amigos después de haber completado una jornada de 16 kilómetros de remo.

Ante la ausencia casi total de viento el mar se encontraba casi sin oleaje, lo que nos permitió llegar a las cuevas mucho antes de lo previsto, ahí nos animamos a navegar en nuestra embarcación por adentro de los arcos, saliendo avantes ante una posible volcadura con el golpear de las olas con las rocas.

Habíamos recorrido cerca de 12 kilómetros y en el horizonte veíamos claramente un pequeño peñón (en un sitio llamado Cabo Haro) y decidimos llegar ahí para emprender el retorno, después nos percataríamos que el efecto visual fue muy engañoso, ya que el sitio se encontraba a 20 kilómetros de distancia.
preparandose para zarpar
Como el paisaje era impresionante, el remar y remar casi no se sentía y pronto llegamos a una pequeña isla con un puente natural de roca y refugio de aves acuáticas, llamada por los lugareños Isla León Echado.

Finalmente, más de dos horas después de haber visto el peñón logramos llegar a él, sin saber que ya estábamos en la ciudad de Guaymas.

Habíamos remado 32 kilómetros en casi cinco horas y nos esperaba el retorno con un sol quemante, pero con corrientes de aire que se mostraban a nuestro favor.

El regreso fue navegando en líneas más directas a nuestro punto de partida, al cual logramos llegar recorriendo unos 24 kilómetros para redondear la jornada en 56 kilómetros totales y un tiempo de nueve horas y media de remadas casi continuas.

El 2011 se ve más incierto que remar a mar abierto, es muy difícil predecir el derrotero que tomarán las diferentes áreas de nuestro diario vivir, pero démosle la bienvenida con esperanza y una actitud positiva.
Como dice Diego Torres: "pintarse la cara color esperanza, tentar al futuro con el corazón". Ecoturísticamente hablando, vayamos por más retos, ya que el desafío nunca termina.