MENU
Disfruta un recorrido en el desierto Norestense.
6 marzo 2011).-

Recientemente realicé un scoutting por América del Sur con varios objetivos: hacer algo de trekking en el Aconcagua (la montaña más alta de América), y en los macroparques andinos de las Torres del Paine, en Chile, y Los Glaciares, en Argentina.

El cóndor andino, es el ave voladora mas grande del Planeta.
El majestuoso cóndor de Los Andes puede volar a más de 7,000 metros de altura.

También buscaba tener algo de contacto con el llamado fin del mundo, es decir, el estrecho de Magallanes, Tierra del Fuego, Cabo de Hornos, ver pingüinos en su hábitat natural y demás sitios que fueron parte de mis libros de Geografía e Historia en primaria y secundaria.

Adicionalmente, iba por mi tercer intento de tener un encuentro cercano con una de las aves más legendarias del planeta, el cóndor de Los Andes que, entre otras cosas, es el ave voladora más grande del planeta, llegando a medir hasta 3.5 metros de longitud con sus alas expandidas.

En otros desafíos hemos hablado de encuentros satisfactorios con el águila pescadora, en Barra del Tordo, y el pelícano en el Mar de Cortés, pero el majestuoso cóndor está en peligro de extinción y no es tan fácil encontrarlo. Ya desapareció en Venezuela, y queda muy escasa población de estas aves en el resto de los países andinos, salvo en la zona de la Patagonia austral, donde por la escasa presencia humana su hábitat no está tan deteriorado.

Mi idea era que mi oportunidad de "cazar" al cóndor se daría tal vez en mis caminatas a los grandes desfiladeros de las Torres del Paine.

Tras algunos días en el Parque Provincial Aconcagua, en el corazón de Los Andes y entre las ciudades de Santiago en Chile y Mendoza, en Argentina, volé al fin del mundo, a la ciudad más austral en tierras continentales de América: Punta Arenas, sitio ubicado en el Estrecho de Magallanes y que vivió su auge comercial en los siglos 19 y 20, antes de la construcción del Canal de Panamá.

Amanecer en el pico Fitz Roy, en el parque nacional Los Glaciares en Argentina.

Para llegar a las Torres del Paine, inicialmente manejé vía terrestre al pintoresco pueblo de Puerto Natales, y en este trayecto tomé una decisión al vapor: como no tenía prisa, dejaría durante un tramo el pavimento y tomaría terracerías que me llevaran a tener más contacto con el mar y su ambiente, no eran atajos, sino rodeos, pero eso no me importaba.

Después de algunos 20 kilómetros, estuve contento con mi decisión, ya que no había visto un solo auto y ya tenía tomas fotográficas de algunas águilas, barcos pesqueros, pequeños faros y árboles inclinados con el follaje cargado totalmente a un lado, a causa de los interminables vientos de esa zona patagónica.

El camino me llevó prácticamente a la orilla de un fiordo (palabra noruega que se refiere a las cavidades que dejan los glaciares derretidos y que se llenan con agua de mar formando angostas bahías).

Sobrevolando el Aconcagua, conocido como el techo de America y hogar del célebre cóndor de los Andes.

Me detuve a admirar el paisaje, ya que del otro lado se encontraba una cordillera nevada, y mientras tomaba algunas fotografías observé a lo lejos el armónico planear de un ave negra, no le presté atención hasta que, al acercarse a mí, vi un collar blanquecino en su cuello, después, al inclinarse en un giro, mostró su plumaje blanco en la parte superior de las alas: ┬íera el cóndor de Los Andes y volaba en dirección a mí!

Al tenerlo a unos 70 metros, pude percatarme de sus impresionantes dimensiones. Nerviosa y torpemente me metí al auto a cambiar el lente normal por el zoom y, al salir, mi amigo había emprendido la retirada.

Volví al auto y manejé hasta donde el camino me lo permitió, tratando de seguir el vuelo del cóndor, pero lo perdí.

Ni modo, no tenía fotografías, pero por lo menos había atestiguado lo que es tener un cóndor andino volando sobre mí. Por algo los indígenas de Los Andes lo adoraban y actualmente forma parte de los escudos nacionales de Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador. Es impresionante su tamaño.

Aunque no lo pude fotografiar en ese momento, consideré que verlo era un buen augurio para mi visita a las Torres del Paine.

Ya con la adrenalina en su nivel normal, me di cuenta de que me dolía la cabeza, y es que en esas latitudes lo que sobra es viento, viento y más viento ┬íy con qué velocidad!

Lo que pasó fue que en mi afán de "cazar" al cóndor, el primer intento fue con la puerta del auto abierta y medio sentado en el asiento del conductor, pero mientras acomodaba la cámara sentí un golpe en la cabeza, era la puerta sacudida por el viento, que al intentar cerrarse topó con la cámara y ésta con mi frente.

Como todo fue en segundos, mientras rehacía los hechos vi a lo lejos no uno sino dos cóndores que se acercaban a la bahía, después eran tres y cuatro; el Sol estaba en su apogeo, no había nubes, sólo tenía el viento como enemigo para mi pulso con la cámara, pero la mesa estaba puesta para algo grande.

Obvio que el dolor en la frente se me olvidó y comencé a disparar, después de una veintena de fotos, sabía que ya tenía algo más o menos bueno, parecía que los cóndores posaban para mí. Luego distinguí una hembra (sin plumaje blanco en el cuello, más parda y no tan grande).

Fueron unos minutos muy intensos e inolvidables y seguramente un regalo del cielo, ya que en toda Argentina y Chile sólo existen 2 mil 784 cóndores de los Andes, y no más de 100 en Colombia.

Tomé más de 100 fotografías. Después, en mi camino pensaba que lo mejor estaba por venir, ya en las altas montañas, pero después de dos semanas caminando por la frontera entre Chile y Argentina, en sitios inhóspitos, sólo divisé un cóndor a lo lejos, ahí comprendí que mi encuentro con varios cóndores no era algo de todos los días y aquilaté más esos instantes en el fiordo.

En el fin del mundo, en uno de los lugares más bellos del planeta, la Patagonia austral, ahí donde el hombre casi no ha intervenido, alcancé una de las metas en mi lista de pendientes por hacer antes de morir: ver planear al cóndor de Los Andes, el ave más grande del mundo. Pero la lista es grande y hay que palomear todo, por eso el desafío nunca termina.