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(01-Noviembre-2009).-

En varias ocasiones en esta columna hemos tocado el tema de los cruces de la Sierra Madre Oriental, algunos por cañones tan abiertos que permiten el paso de autopistas, como el caso de la Monterrey-Saltillo.

Ésta corre paralela a la impresionante Sierra de San José de los Nuncios, en su lado sur, y por las sierras de San Francisco de los Desmontes, Corral de los Bandidos y Carrizalejo, por su lado norte.

Algunos cruces son extremadamente complicados y exigen caminatas por cumbres y cañones que pueden alargarse varios días.
Hoy hablaremos de uno de los cruces más espectaculares de la región y que tiene de todo. El trayecto va de la población de la Ascensión (la Chona), en el municipio de Aramberri, hasta el municipio de Mainero, en Tamaulipas.

Esta porción de nuestro Estado está muy aislada de las zonas urbanas, y por ser casi desconocida es poco frecuentada por los amantes de las aventuras al aire libre, como, jeeperos, ciclistas de montaña, montañistas, cañonistas, incluso por los kayakistas, ya que parte del recorrido puede darnos la opción de una de las mejores travesías en kayak que se puedan realizar por estos rumbos.

La historia de esta ruta se remonta al 2005, cuando me encontraba realizando un scoutting con mi esposa, Rebeca, por tierras tamaulipecas y en la ciudad de Hidalgo nos topamos con un río con buen nivel de agua que atravesaba la población. Me propuse investigar más sobre ese río llamado San Antonio, y los mapas me mostraron que su nacimiento se encuentra en Nuevo León, en una comunidad muy aislada llamada el Refugio de Texas, en Aramberri.

Para llegar a esta comunidad, en el centro de la sierra, hay dos alternativas casi de igual distancia, por La Chona siguiendo la Carretera Estatal N.L. 2 (Galeana-Zaragoza) o por la Carretera Federal 85 (Monterrey-Ciudad Victoria), tomando la desviación a Mainero.

En el 2008 programé un scoutting con Rebeca para llegar al nacimiento del Río San Antonio, utilizando la vía más rápida,que era la Carretera Federal 85. En un par de horas estábamos en Mainero adentrándonos en caminos de terracería, justamente en las faldas del Cerro el Pilón, una de las montañas más escénicas de la Sierra Madre tamaulipeca.

 

En dos horas habíamos recorrido unos 40 kilómetros llegando a una comunidad llamada Ignacio Zaragoza, donde un lugareño nos platicó de una cascada a corta distancia. Decidimos caminar río arriba por una cañada hasta llegar a la cascada de entre 15 y 20 metros y de características similares a la Cola de Caballo.

De nuevo en el vehículo, continuamos hacia la parte alta del Río San Antonio. A unos 2 kilómetros, nos encontramos con la desviación hacia nuestro objetivo; por lo abrupto del cañón, el camino se separó buena distancia de la cañada y en este trayecto hicimos contacto visual con el río.

La escena era similar a cuando uno ve desde los caminos los cañones de Hidrofobia o Matacanes. El San Antonio prometía agradables sorpresas. Luego de transitar 8 kilómetros con vistas increíbles, llegamos a un valle y cruzamos por un gran vado el río que ahí daba vida a una comunidad llamada Ibarrilla.

Estábamos en línea recta a 10 kilómetros del Refugio de Texas, pero el camino para vehículos 4x4 terminaba en Ibarrilla; estando cerca el atardecer, decidimos dejar la exploración para otra ocasión. La espinita de la curiosidad se quedó más que clavada, ya que los lugareños platicaron de grandes cascadas río arriba, al adentrarse el río a la sierra vecina.

Poco tiempo después, organicé una exploración de seguimiento, pero ahora entrando por La Chona. Esta vez los aventureros éramos un grupo de ciclistas conformado por Emanuelle Henriet (de nacionalidad francesa), Eduardo Miller, su hermano Arturo, Francisco Sánchez y yo.

Rodamos en las bicis desde la carretera, a poco más de 2 mil metros de altura, bien arropados por el frío que se acentuaba más por el descenso.

Después de recorrer 25 kilómetros llegamos al ansiado Refugio de Texas. Por el nacimiento no hubo necesidad de preguntar, un gran manantial brotaba a un lado de nuestro camino.

Nos cambiamos de indumentaria mientras comíamos algo para emprender el trekking por la vereda hacia la cañada. Conforme nos adentrábamos, el río recibía algunos veneros y ganaba caudal.

La sensación adentro del cañón es como de un ecosistema intermedio entre la Reserva del Cielo y los bosques de Potrero Redondo. Después de un par de horas, ante la fatiga, algunos decidieron retornar al vehículo y quedamos sólo Emanuelle y yo. En medio de un fuerte aguacero llegamos, finalmente, a Ibarrilla.

Ahora tenía una idea más clara del curso del río San Antonio, y, de paso, se había generado un nuevo e interesante cruce por la Sierra Madre Oriental.

A raíz de lo observado realizamos cuatro expediciones más por la región, exploramos media docena de cañones y descubrimos un par de cascadas dignas de ser documentadas.

Hay muchos desafíos por narrar y otros tantos por vivir, ya que el desafío nunca termina.

 

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