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(02-May-2010).-
El cañon del Mandarín puede ser disfrutado por aventureros de todas las edades.

En el 2006 me encontraba caminando por la Sierra los Nogales, sierra de mediana altura ubicada entre la cabecera municipal de Allende, Nuevo León, y la imponente Sierra de la Cebolla.

Me acompañaba mi buen amigo Cresencio, un lugareño de la comunidad de Raíces, en la frontera de Allende y Montemorelos, y el objetivo era buscar algunas cañadas aledañas a la famosa Piedra Parada, en la comunidad de la Trinidad, enclavada en una de las dolinas (depresiones) más hermosas de la Sierra de la Cebolla, ya en el municipio de Montemorelos.

En aquel entonces, aún estaba en construcción el camino que uniría a la Trinidad con Raíces y la Carretera Nacional.

Caminábamos por el atajo, cuando detonaciones de dinamita nos alertaron de que debíamos avisar de nuestra presencia a los trabajadores, ya que las explosiones pueden mandar rocas grandes a una buena cantidad de metros a la redonda.

Afortunadamente no batallamos para acceder al incipiente camino y ser testigos de otra serie de detonaciones; al concluir éstas caminamos un centenar de metros para ser testigos de las nuevas vistas.

El panorama era completamente nuevo para ambos, podíamos observar desde las alturas el cañón del río la Cebolla y del Ramos, además de una nueva cañada muy sinuosa por la que fluía el río (seco) de la Piedra Parada.

Esta cañada no era nueva para mí, pero la veía poco atractiva, ya que río arriba, justo a un costado de la Piedra Parada, al cruzar el río por el camino de los camiones madereros, éste se encontraba completamente seco.

Al caminar hacia las orillas de un desfiladero limpio de arbustos por la reciente explosión, tuvimos una gran sorpresa: poco más de 100 metros abajo se podía observar una gran cascada que serpenteaba en zigzag hacia una verde y cristalina fosa, desgraciadamente se había afectado un poco con las rocas que se habían deslizado hasta el fondo de la cañada.

Calculé la altura de la caída entre 20 y 40 metros; al avanzar la mirada río abajo se observaban más caídas y fosas de buen tamaño, aunque medio cubiertas por la maleza de la ladera de la montaña.

Esto era una gran sorpresa, había estado muy cerca de ahí en varias ocasiones y nunca sospeché que pudiera existir ese paraíso casi en mi nariz.

Incluso hoy la gran cantidad de cuatrimotos, motos y 4x4 que pasan por el camino nuevo no ven estas cascadas, ya que sólo pueden ser observadas en un tramo de unos 500 metros y bajándose de los vehículos.

Pensé en regresar a ese cañón una vez que el camino fuese concluido, además de darle tiempo a las rocas y a los derrumbes de ser adoptados por la cañada y ser cubiertos de verde, pues en ese momento el panorama ofrecía vestigios de la mano del hombre no muy estéticos.

Ivan Ordoñez en el paraje del puente natural de roca.

Al año siguiente, un fin de semana mi hijo Iván me comentó que iba a salir con amigos en jeep y me pidió le recomendara algún sitio en la sierra. Le platiqué de estas cascadas que yo había bautizado como Los Toboganes y de las que incluso ya tenía para ese entonces fotografías con telefoto que atestiguaban que el sitio valía ampliamente la pena.

Le comenté que para llegar al lugar tomaran la Carretera Nacional rumbo a Allende y al pasar el municipio tomaran en la gasolinera de la derecha la calle hacia Raíces.

Esta vía, a su vez, después de varios vados por el río Ramos, se transformaría en la nueva brecha que asciende por la sierra con destino a la comunidad de la Trinidad.

Aproximadamente a una hora de camino llegarían al vado del río La Cebolla (hoy puente), para de ahí iniciar la caminata río abajo y se toparían, a un kilómetro, con la desembocadura del río de la Piedra Parada a su izquierda; ahí tomarían el río contracorriente y en menos de media hora encontrarían la primera fosa.

Mis instrucciones fueron bastante acertadas, y Los Toboganes y fosas no me quedaron mal. Iván y sus amigos llegaron impresionados de que existiera un sitio así totalmente desconocido por los regios.

Unos meses después organicé una expedición para descender el cañón completo, desde el camino en la Piedra Parada hasta el río La Cebolla.

Iván con sus amigos medio sedentarios, había conocido la zona de Los Toboganes caminando menos de un kilómetro y esta exploración contemplaba una distancia de poco más de 5 kilómetros, similar al Cañón de Matacanes.

La travesía se completó con Gustavo Casas, gran conocedor de estas lides, y mi hijo Iván. Sazonamos un poco esta aventura en tierras desconocidas, iniciando cerca de las 2:00 de la tarde, ya que por la mañana descendimos a la Cueva del Pterodáctilo, aventura ya narrada en un Desafío anterior.

Recorrer esta barranca es todo un manjar que supera ampliamente lo que uno espera al adentrarse ahí, ya que se inicia en una cañada seca.

A los pocos metros de caminata, un gran manantial da vida a una fosa y de ahí, con el agua extremadamente fría, se inicia el descenso por cascadas y fosas totalmente cristalinas.

Mi deducción inicial era que el plato fuerte sería la zona de Los Toboganes, pero la primera mitad de este recorrido es impresionante, conforme avanzábamos y después de unas tres horas de travesía, nos topamos con una gran sorpresa, un grupo de aventureros salmoneaban el cañón río arriba, eran los Trepacerros del Tec. Nos comentaron que ya un mes antes habían hecho el recorrido completo en descenso.

Después de intercambiar vivencias de andanzas en la sierra, continuamos cada quien su ruta, ya que en la inactividad este cañón provoca hipotermia ante lo gélido del agua.

En la primera parte del cañón no se requiere de rappelear, pero en la zona de Toboganes, que comprende tres grandes cascadas, se puede tener la opción del rappel o algunos saltos temerarios, no por su altura (entre 6 y 9 metros ), sino por el impulso requerido.

La virginidad y accesibilidad de este cañón, bautizado como el Mandarín, así como su belleza equiparable al de Hidrofobia, Garganta del Diablo y Matacanes, generó la duda de darlo a conocer masivamente por la vulnerabilidad de su composición geológica, que lo hace muy fácilmente afectable por el paso del hombre.

Finalmente, después de tres años, ganó la opción de difundirlo, no sin antes invitar a los aventureros a respetarlo y dejarlo en las mismas condiciones en que se encuentra.

En estos tres años, he llevado al cañón casi medio centenar de amigos, entre niños, adolescentes y adultos, todos han quedado muy gratamente impresionados por la belleza del mismo.

La aventura del Mandarín es del tipo de exploraciones que nos dejan un grato sabor de boca y nos retan con una tenue voz hacia nuestro interior a buscar el más sorprendente cañón de la Sierra Madre Oriental que aún se encuentra desconocido.

Definitivamente hay que hacerle caso a esa voz y seguir explorando porque el desafío nunca termina.

La zona de toboganes sorprende por la belleza de sus cascadas y fosas.