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El Espectacular Cañon de la Líma.
En primer plano el petroglífo que representa al Sol y la Luna, y al fondo los viñedos y la ciudad de Parras.
(6 noviembre 2011).-

Hace un par de meses, con mis amigos Francisco Licona, Marco Leal y Armando Otero realicé una travesía interminable que consistió en rodar en bicicleta de montaña por cinco Estados, concentrándonos principalmente en atravesar Zacatecas para al menos tocar algo de Durango, después de haber estado en Nuevo León, Coahuila y San Luis Potosí.

Este reto es "harina" de otro Desafío, pero me interesa compartir cómo un evento nos lleva a otro.

En esa ocasión, después de ver en los mapas la ruta real "rodada" caí en cuenta de que cuando pasamos por Concepción del Oro, Mazapil y una serie de pueblos fantasma de antiguas minas, no estábamos muy lejos de las sierras vecinas y los vergeles de Parras y los desiertos, dunas y salinas de los alrededores de Viesca, todo esto en el vecino Coahuila.

Eso me llevó a plantearme la posibilidad de organizar una travesía desde Parras hasta Viesca por el semidesierto, que en este microecosistema en particular sí se torna en desierto puro, como el mismo Sahara. Tenemos el ejemplo de las dunas de Bilbao, donde en algunos puntos sólo se puede ver arena y más arena.

Pero cubrir una distancia de más de 100 kilómetros en estas condiciones extremas, incluso en invierno, no puede tomarse a la ligera, así que pensé que sería bueno ir a Parras a sondear la ruta y pasar un entretenido fin de semana.

Suele suceder que necesitemos un pequeño empujón para realizar las cosas y el empujón para ir a Parras se dio cuando me topé con mi amigo Ernie Enkerlin en una reunión de ex alumnos de la PrepaTec.

A Ernie lo veo con cierta frecuencia y la novedad era que su proyecto de abrir un pequeño hotel en Parras ya era una realidad, incluso parece que no está muy lejano el día en que platiquemos algunas anécdotas acompañadas de una copa de vino de su viñedo.

Me invitó a su hotel y junto con mi esposa Rebeca le abrimos un espacio a la agenda, y días después nos dirigimos a ese scoutting de fin de semana en el Pueblo Mágico de Parras.

Parras y sus alrededores son tan tranquilos o tan extremos como uno los quiera hacer, desde conocer sus viñedos y ex haciendas o jugar golf, hasta adentrarse en el semidesierto en busca de la pintura rupestre o petrograbado que jamás nadie ha visto.

Por nuestra parte, además de platicar con la gente sobre las condiciones de los caminos, brechas y terracerías hacia Viesca, contemplábamos la visita a ex haciendas y casas productoras de vinos en lo que se refiere al casco de la ciudad y tener un reencuentro con el escénico Cañón de la Lima, para que lo conociera Rebeca.

En la toma se aprecia lo cerrado del Cañon de la Líma, donde el Sol apenas penetra al mediodía

Tuvimos también la suerte de que mi amigo Manuel Rivero estuviera ese fin en Parras y amablemente nos dio un tour por el pueblo y algunos ranchos.

Rematamos con el atardecer en el rancho El Cielo, donde entendimos el por qué de su nombre: imagine el lector la caída del sol desde una colina donde se divisa todo el horizonte con los viñedos en primer plano y la transparencia del cielo del semidesierto.

Para optimizar nuestro tiempo, Hana Enkerlin, hermana de Ernie, nos enlazó con Fernando Silva, un guía de la zona que realmente se las sabe de todas todas.

Ascender por el cañón de la Lima (con su posterior descenso) en otoño con las fosas de agua muy fría es ya un buen desafío.

Ese fue nuestro plan para el sábado con Fernando, pero lo sazonamos un poco teniendo como "teloneros" una visita a los petroglifos del cerro el Molino, donde se tiene una pequeña caminata en ascenso, después un trekking por la llamada Tinaja del Pueblo, paraje situado en el Cerro Quemado en medio del semidesierto, donde existen algunas pinturas rupestres de varios colores.

Todo esto como a 10 kilómetros de Parras y a donde se llega por un camino sólo para suvs altas o vehículos 4x4.

Llegamos al cañón de la Lima como a las 3:00 de las tarde. Este cerrado cañón es lo que conocen los norteamericanos como "slot canyon": son cañadas donde las paredes por donde fluye el agua en temporada de lluvias son tan cerradas que a veces es menos de un metro lo que las separa, y como existen curvas en los cauces, se suele perder la vista del cielo dando la sensación de estar en un laberinto sin salida.

La longitud del cañón es de unos mil 500 metros que se sortean solucionando intrincadas formaciones de roca y pequeñas cascadas secas muy resbalosas.

Yo lo recomiendo para los que se inician en el cañonismo, en el senderismo o en el trekking, también para las convivencias familiares donde se quiera realizar una actividad al aire libre, por ejemplo con niños o adolescentes.

Para los fotógrafos tanto aficionados como profesionales es todo un manjar de locaciones e invitación al proceso creativo. Los rayos de luz que se filtran entre las cerradas paredes presentan oportunidades para tomas inolvidables.

Aquí es conveniente mencionar que se deberán llevar maletas o bolsas secas especiales para proteger los equipos, ya que se pasa por fosas de más de 2 metros de profundidad.

En nuestro caso, la travesía fue prácticamente a la sombra, ya que el sol sólo penetra limitadamente al mediodía.

Al final del cañón se encuentran las fosas más profundas, donde uno tiene que nadar en agua tan fría como la del cañón de Matacanes, aunque el atardecer y con la temperatura exterior de unos 20 grados lo pone a uno a temblar, pero nada que no se pueda superar "agarrando" calor al retomar la caminata.

En el retorno, las pequeñas escaladas se convierten en desescaladas, a veces más difíciles de realizar, pero con una buena labor de equipo se sortean hasta de una forma lúdica.

Después de exprimir al máximo el día llegamos al "banco" ya de noche, digo al banco porque el hotel de Ernie se encuentra en un viejo edificio del siglo 19 que fue alguna vez el banco del pueblo, hoy cuidadosamente restaurado respetando su arquitectura original.

Se siente uno como parte de la historia al abrir la amplia ventana de madera donde atrás del enrejado de forja a mano se puede ver la casona donde nació Don Francisco I. Madero.

Cerramos el viaje con la obligada visita a la Casa Madero, que alguna vez me describió Daniel Milmo en una reunión de fotógrafos, pero se quedó muy corto, ya que las tres horas que pasé ahí en la vinícola más antigua de América fueron realmente insuficientes para saciar mi vena de fotógrafo.

Definitivamente una aventura te lleva a otra, por eso el desafío nunca termina.